No es para sorprenderse todo lo que está pasando en Colombia, y el mundo, la pandemia no solo cambió el rumbo de nuestra cotidianidad, nos devolvió años en temas que veníamos superando como la pobreza y la desigualdad. Es cierto que estamos ante una de las crisis más fuertes del último siglo; tanto que nos sometió a todos, absolutamente a todos, a reflexiones muy profundas, e inclusive a replantearnos nuestra existencia. No es fácil para nadie este jalón de orejas que nos pegó el Universo, si para las personas sanas ya es compleja la amenaza, no me quiero imaginar lo que supone para quienes tienen otros padecimientos tantos físicos como mentales, sencillamente, –de terror-.
Estábamos acostumbrados a una vida aparente, una vida que demandaba, estar a la moda, o por lo menos bien presentados para cumplir con horarios y reuniones por doquier, estábamos ante una sociedad, así suene redundante, más social que nunca, es que inclusive, no alcanzarían las páginas para poner en una agenda la cantidad de eventos y ofertas que nos proponía el trajín, y el entretenimiento diarios.
Con las cuarentenas se nos vino encima lo obvio, quienes tenían trabajo informal y vivían del diario, entraron en receso, quienes decantaban el ánimo en la academia vieron paralizadas sus actividades, y quienes vivían de las apariencias en redes, posando sus altos estándares de vida y lujos, tuvieron que hacer un alto, esto solo por mencionar algunos de los casos de personas que no exponen su vida en el trabajo, quienes además frenaron en seco. Del otro lado de la moneda están quienes vieron multiplicado por diez su trabajo, y aceleraron a toda marcha, me refiero a los profesionales del sector salud, y a quienes ejercen sus oficios en ese entorno, donde algunos inclusive han perdido la vida, por salvar algunas.
Ni modo de entrar en el tema de las conspiraciones o de las verdades absolutas, se nos irían todas las líneas en ello, sin embargo, cifras como las de Israel, país en el que ya han vacunado la mayor parte de la población, demuestran que el tema ha resultado efectivo en gran medida, por lo menos ya no tienen que hacer uso de las mascarillas en lugares públicos. Todos sabemos como cuidarnos, pero no estamos exentos como humanos, de que por un pequeño descuido, podamos sucumbir.
En el caso de Colombia, pesa mucho ver como el vandalismo se ha tomado la protesta legítima de muchos, quizá las cosas que propone el gobierno no sean del todo descabelladas, valdría la pena preguntarles a los manifestantes, cuántos de ellos tuvieron acceso al documento que iba a ser analizado en el congreso, el de la “reforma tributaria”, y a partir de ese análisis concienzudo salieron a manifestarse. Valdría la pena preguntarles a los organizadores de las protestas, cómo van a controlar el vandalismo en caso de que como algunos piden, la policía o el esmad no salgan a controlar el orden público. Es apenas lógico que en todas las instituciones existan malas personas, pero no todos los policías son malos, ni todos lo marchantes son buenos.
Cada quién tiene derecho de detenerse y mirar la vida desde la orilla que quiera, a lo que nadie tiene derecho es a violentar a nadie, ni los espacios de ciudad que nos pertenecen a todos, como el transporte público, las empresas que generan empleo, e inclusive sitios como el Teatro Colón que se llevó una buena saqueada. Ni gritando Uribe paraco, ni Petro Guerrillero, vamos a resolver los problemas de Colombia, los problemas de Colombia solo los podremos resolver con consensos, esos que veo distantes, porque ante el tedio, la sociedad está igual que esos matrimonios rotos, en los que solo se hacen daño el uno al otro. Cuando una sociedad inerme se pasa a una de bandos, nada bueno le espera. Ese es el caldo de cultivo ideal para el populismo, la ruina y para el caos, del que tomará luego mucho tiempo, sobreponerse. Mi invitación es a organizarnos como sociedad civil, Uribe pasará, Petro pasará, pero Colombia quedará, y depende de nosotros contribuir a la construcción de esa patria en la que podamos disentir, pero sin parar de construirla desde la sensatez, para evitar el descalabro.