– Miguel Manrique, un fotógrafo a quien se le olvidó tomar fotos.
Por momentos- por momentos no, por muchos momentos- a Miguel Manrique se le olvidó que es un fotógrafo con más de 65 años de experiencia, desde las fotos de pajaritos, que metían la mano por una especie de fuelle, de manga, para manipular los químicos a blanco y negro y ver ante los ojos nunca saciados la magia de un revelado.
Desde el silencio abrumador de Bogotá, con aquellos grises mañaneros que me contó, mientras miraba por la ventana del hotel hacia el norte profundo, me intrigaba cómo era realmente el edificio blanco- ahora me dice que también tenía vetas rosadas- con ventanas negras, pero cerradas, lo que acrecentaba su soledad, quise saber exactamente cómo era aquella mole que se interponía entre sus recuerdos y la realidad.
Había perdido en una contienda cantada y perdida desde el inicio. Eso era para Meneses. También le pregunté por el pajarillo que picoteaba sin cantar sobre los tejados.
Realmente los cronistas a veces hacen que las cosas sucedan. Para un buen cronista la verdad es la subjetividad. Hoy el pajarillo es real, pero aún no canta, porque en el alma de Miguel todavía yace la tristeza. Un mes antes, le había confesado a Bleydis- incluso a mí- que el ganador, además con muchos méritos- iba a ser Fernando Meneses, un poeta que ya camina lento, de poco hablar, quizás un vallenato atípico, más cercano a la ciencia que al canto.
Y Obvio, Meneses tiene sobrados méritos, pero a mí me interesaba era conocer el entorno del hotel donde se alojaron los compositores, entonces Miguel se dedicó a contar a través de la ventana, las ventanas negras, cerradas todavía en este domingo, previo a la toma del vuelo para Barranquilla.
Se trata de un edificio cuadrado, con unas carpas y muchas antenas de televisor arriba. El de la cárcel era el edificio de nueve ventanas. Este de Bogotá tenía trece. Miguel me las contó una a una, cinco arriba y ocho a un lado, con ventanas horizontales. En ese edificio se estrellaba su mirada, todo el sábado, ya derrotado, mientras pensaba en los pregones de San Jacinto. Todo le parecía muy silencioso, como si estuviera en una tumba.
A esa hora planeaba la forma de bajar a desayunar, se pintaba ante un banquete de arepa e huevos – tómale fotos, le dije- Porque a Miguel se le había olvidado que era fotógrafo, entonces pintaba con la palabra.
Llegó al desayunadero y todo estaba solo, entonces le dio pena ser el primero. Nadie quiere ser el primero por acá. Primero espera que llegue alguien, para que sea el primero, con buena mosca, porque el flojo come caliente.
Lo único que le preocupaba era comprarle un regalo a su nieto Santiago, que llega a los nueve años. El niño le pidió un balón número cinco, pero Miguel prefiere una flauta, a ver si se enruta por su vena musical. La madrina, que está en Estados Unidos, anunció que le enviará un celular, su primer celular, y Santiago está que no se cambia por nadie. Ahora si se va a eschapetá, le digo, en broma y Miguel lo cree, piensa que es mejor que la madrina le envíe un instrumento musical. Yo también lo creo.
Miguel se quedará este domingo triste, porque no juega el Junior, en Barranquilla, en casa de Miriam, que descansa los domingos y puede atenderlo.
Mañana lunes 4, si Dios quiere, Miguel Manrique, estará de nuevo en su San Jacinto del alma, en medio de la bulla de los pregones y muy seguramente aceptará la invitación que le ha hecho Rafael Pérez García, para festejar otra locura.
Son dos premios Grammy Latino- uno real y otro postulado- que se abrazarán en el olvido, porque quiérase o no, San Jacinto es el único pueblo- quizás Villanueva, La Guajira, también- que tiene dos Grammy Latinos del folclor.