El próximo domingo celebramos la jornada mundial de oración por las misiones. El Papa Francisco hace hincapié en la cultura del descarte, como exclusión, rechazo y deshacerse de algo o alguien. Es la negación de la “otredad”, que adormece a los humanos impidiéndoles actuar enmascarando esta crisis como confort. Ante esto, el Sumo Pontífice invita a despertar, a salir de la comodidad de la sociedad de consumo y actuar. Invita a ser agentes de cambio, a llevar el mensaje de Cristo a todas las latitudes y optar por una vida de misión.
El misionero sustenta su fe en la resurrección de Cristo porque es la creencia fundamental en la Iglesia católica que encuentra su expresión más sublime en la teología de la resurrección y porque ésta revela que el sentido último de nuestra existencia es la esperanza. El misionero es quien sale de su zona de confort va al encuentro del otro llevando consigo únicamente un mensaje de paz, esperanza y salvación a las naciones del mundo.
Además, el misionero entabla un diálogo de interculturalidad y de respeto a la cultura donde se encuentra, construye sobre la debilidad, con los excluidos, con los descartados por la sociedad de consumo. Él opta por la cultura del encuentro y presenta su testimonio como alternativa a la cultura del descarte. En suma, el misionero vivifica las palabras del Salmo 118: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”.
Hoy, el misionero debe ser el primero en tomar la iniciativa para transformar la realidad de su comunidad. Y debe utilizar los medios a su alcance, guiado siempre por el amor que Cristo enseñó (1 Jn 4, 10). El misionero sale al encuentro de los excluidos, sin miedo, capaz de hacer patente la misericordia del Padre Celestial. Así, se involucra en la vida cotidiana de los demás, y asume los retos de la comunidad colaborando en sus soluciones.
De este modo, la comunidad conforma proyectos, que necesitan acompañamiento en su dimensión espiritual. Y el misionero lo provee transmitiendo a sus miembros la paciencia, la capacidad de no desesperar, el aguante apostólico, la fe confianza y esperanza.
El misionero paciente enfatiza el cuidado, al que entiende como su filosofía de vida. Por ello, no pierde la paz ante las dificultades y su trabajo siempre fructifica. Así, con su ejemplo, da testimonio de la Palabra Encarnada en una situación concreta. Por añadidura, la buena nueva que transmite es acogida y se manifiesta, renovada y liberadora, en la comunidad.
El testimonio misionero irradia la alegría del evangelio en la vida diaria. También, exhorta a los miembros de la comunidad a comprometerse. Un compromiso festivo en la búsqueda del bien común, con un impulso renovado en el amor de Cristo.
Todas las formas asociadas de fieles laicos, y a cada una de ellas, se les pide un decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización.
La labor misionera trasciende la división entre laicos y religiosos. Por lo cual, ser misionero es una labor abierta a todo mundo. La labor misionera es análoga a quien, prendiendo la fogata, espera que todos se congreguen alrededor para formar la casa común. Como afirma el Apóstol de los Gentiles: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).