La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae, y también para realizar un examen de consciencia que nos permite un arrepentimiento humilde y acercarnos al sacramento de la reconciliación para recibir la absolución de todos nuestros pecados.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico. A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.
Vivimos en sociedad cada vez más secularizada y plural, que tiene como máxima aspiración lograr el emerger de la subjetividad de los individuos para que la autonomía personal sea el criterio para discernir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, y lo justo de lo injusto. Junto a ello se percibe el claro interés de sacar a Dios de la esfera pública y relegar la dimensión religiosa del ser humano al ámbito meramente privado.
Vivimos una época en que se pretende silenciar todo lo de Dios en un desprecio, persecución e indiferencia que nos recuerda el desprecio, en versión siglo XXI, que vivió Jesús y todo lo que representa.
En su tiempo no le creyeron, hoy tampoco le creen. En su tiempo lo traicionaron, lo negaron, hoy pasa lo mismo. El famoso grito, crucifícalo, crucifícalo, sigue escuchándose, en todos los actos de corrupción, muerte e injusticias en todos los rincones del mundo. Y Él sigue en estado agónico, preguntándole a Dios, su Padre, por qué lo ha abandonado.
En este contexto, vivido como un verdadero despojo, la Iglesia, en cuanto sacramento del Cristo, abre sus puertas para celebrar Semana Santa. Los pobres, las viudas, los desheredados de este mundo, los despreciados, los que sólo tienen para ofrecer sus dolores y angustias, acompañarán a Jesús, se dejarán lavar los pies por Él y reconocerán que la vida es para servir y no ser servidos y verán en ese acto de máximo despojo la dignidad de Jesús, en cuanto hombre y Dios.
Jesucristo se sigue dejando crucificar, sigue mostrando su amor por la humanidad. Nos vuelve a ofrecer un horizonte nuevo para comprender nuestra propia vida y orientarla por el camino que Él son sus gestos, palabras y acciones nos propone. Es este horizonte, en que la historia es historia de Dios, el que nos permite esperar y mirar el futuro de manera serena y confiada. Por último, a los fracasos que experimentamos día a día podemos encontrarle un renovado sentido, dado que el fracaso de Jesús se convirtió en la posibilidad para exclamar que resucitó. Y verdaderamente resucitó. Feliz y bendecida Semana Santa.