Hablar de menstruación en pleno siglo XXI sigue generando incomodidad. Lo mismo ocurre con otros temas esenciales como el placer sexual, la masturbación o la menopausia. Muchos de estos asuntos aún se rodean de silencio, culpa y desinformación.
Desde niñas, las mujeres crecemos expuestas a mensajes que nos hacen creer que nuestro cuerpo es sucio, que hay partes prohibidas que no debemos tocar, que el deseo sexual es inapropiado o que el dolor menstrual es algo que debemos soportar “porque ser mujer es así”.
Estos mitos no son inocuos: generan vergüenza, dificultan el autocuidado, impiden una vida sexual plena y saludable, y perpetúan la idea de que la salud íntima debe vivirse en silencio. Muchas mujeres desconocen su propio cuerpo, temen hacer preguntas básicas o normalizan síntomas que podrían ser tratados, pero que, por vergüenza, prefieren soportar.
El silencio que pesa sobre el cuerpo femenino ha permitido que la desinformación se perpetúe generación tras generación. Ha hecho que muchas mujeres enfrenten solas problemas que tienen solución: dolor menstrual incapacitante, falta de deseo sexual, sangrados anormales, alteraciones hormonales, molestias en la menopausia, infecciones recurrentes, entre muchos otros.
El verdadero empoderamiento femenino, del que tanto se habla hoy, debería comenzar por conocer y habitar nuestro cuerpo. Por reconocer lo maravilloso y perfecto que es. Por entender que somos un sistema biológico asombroso, capaz de sostener la vida y transformarse sin perder su esencia.
Romper el silencio es urgente. Pero no basta con hablar más: hay que hablar mejor. Con evidencia científica, con empatía, con lenguaje claro y sin juicio. La salud femenina necesita espacios seguros donde las mujeres puedan expresarse sin miedo a ser avergonzadas o ignoradas. Necesitamos educación menstrual desde la infancia, educación sexual basada en el respeto, el consentimiento y el placer, y profesionales de la salud dispuestos a escuchar y acompañar con humanidad, porque la salud empieza por conocernos.



