Cuando William Dau Chamat llegó a la Alcaldía de Cartagena no era un desconocido. Su nombre ya incomodaba a muchos porque, desde su Fundación Cartagena Honesta, se había convertido en un temido veedor ciudadano, un látigo contra los corruptos y politiqueros que, a punta de Fiscalía y entes de control, venía denunciando lo que todo el mundo sabía: que la ciudad y Bolívar estaban siendo saqueados por los mismos clanes de siempre, respaldados por sus millonarios financiadores de campaña.
Dau, hoy con 73 años, es hijo de inmigrantes sirio-libaneses dedicados al comercio, lo que le permitió abrirse camino en el exterior: bachillerato en Nueva York, Derecho en la Universidad del Rosario y posgrados en Derecho Tributario y Contratación Pública. No era improvisado; sabía de leyes, sabía de cuentas y, sobre todo, sabía cómo funcionan las marrullas del poder.
El 2 de abril de 2019 regresó a Cartagena después de 15 años de autoexilio en Nueva York por amenazas contra su vida. Lo hizo para lanzarse a la Alcaldía con el movimiento Salvemos a Cartagena. Nadie apostaba por él. Pero con su discurso anticorrupción, el respaldo de los jóvenes y la fuerza de las redes sociales, arrasó: 114.000 votos, más de 12.000 por encima del favorito de las encuestas, William García Tirado, un viejo zorro de la política local.
Sin padrinos políticos ni financiación de clanes, Dau llegó al poder respaldado solo por su verbo incendiario y un pueblo hastiado de la podredumbre de la administración distrital, tras 11 alcaldes entre encargados y designados que desfilaron después del destituido y encarcelado Manolo Duque.
En el Concejo, al principio, apenas tuvo un aliado: el concejal Javier Julio Bejarano. Pero la luna de miel duró poco; “partieron cobijas” y las relaciones se volvieron ácidas. A partir de ahí, la confrontación con el Concejo Distrital fue la constante de su gobierno.
Y es que la norma dice que los Concejos coadministran junto con el alcalde, pero en Cartagena esa coadministración se volvió sinónimo de chantaje: proyectos bloqueados, obras saboteadas y caprichos personales de los cabildantes puestos por encima del bienestar de la ciudad. Eso fue lo que vivió Dau entre 2020 y 2023.
Pese a todo, el alcalde incómodo, el que no transaba con la politiquería, dejó hechos: 991 viviendas entregadas, 29.411 millones de pesos invertidos en acueducto y alcantarillado en más de 20 barrios, alumbrado público renovado en más de 180 barrios con un 85 % de cobertura, obras viales en sectores como Boston, La Candelaria, Las Palmeras, La Puntilla y El Progreso, además de la Vía Perimetral.
Recuperó centros de salud que eran elefantes blancos heredados, electrificó Isla Grande e Isla Fuerte, y ejecutó obras de mitigación en el Cerro de la Popa. Pagó deudas que venían arrastrándose, redujo la deuda pública, saneó fiscalmente el Distrito y, como si fuera poco, dejó más de 700 mil millones de pesos en las arcas que no se pudieron ejecutar porque el Concejo, en su pulso contra el alcalde, prefirió paralizar la ciudad.
Al final, William Dau no será recordado como el alcalde perfecto, sino como el único que se atrevió a desafiar de frente a los clanes que han hecho de Cartagena su botín. Y aunque sus errores pesen, lo cierto es que en una ciudad arrodillada por décadas ante la corrupción, su mayor pecado fue no arrodillarse.



