Es inútil servir a una nación si se es un pésimo ejemplo para la sociedad. Esta reflexión se la dedico, con todo respeto, a aquellos que aspiran a un cargo público, a los políticos, y, en especial, al presidente Petro y su equipo. Sería prudente que el Gobierno cambie su proceder, o de lo contrario, algunos de sus miembros podrían terminar luciendo un traje naranja detrás de las rejas en Estados Unidos.
El problema del narcotráfico y el consumo de drogas existía en Colombia de forma incipiente desde antes de los años 60, afectando principalmente a los estratos sociales bajos. El Estado, al no percatarse o ignorar la situación, es en parte culpable por la falta de una política para su control. Con el tiempo, este flagelo adquirió una posición social alarmante, hasta que tocó fondo y, con el paso de los años, permeó las mentes de algunos compatriotas con poder político. Esto disparó su crecimiento de forma exponencial, llevándonos a un escenario donde un Estado paralelo coexiste con el legítimo, haciendo imposible la aplicación de las leyes.
El honor y la desvergüenza se aliaron para crear un nuevo modelo de vida, denigrante y que debe terminar. La droga, que era un cáncer encapsulado en la sociedad colombiana, hizo metástasis cuando narcotraficantes extranjeros notaron la privilegiada ubicación geográfica de Colombia, en especial el Caribe. Esta región fue elegida como centro de contacto, mientras que el interior del país se convirtió en un vasto territorio para el cultivo y las operaciones del tráfico.
Una vez definido el mapa de la corrupción, emergieron clanes criminales liderados por figuras como Pablo Escobar y los hermanos Orejuela, quienes permearon todos los estamentos del Estado. Estos grupos se aliaron con organizaciones terroristas y con gobiernos vecinos, como el de Fidel Castro en Cuba. Posteriormente, la mafia de México, Europa y otros continentes se encargaron de internacionalizar el negocio y posicionar a Colombia en el mercado por su tierra fértil, la alta calidad del producto y la facilidad para el tráfico.
El vertiginoso impulso que triplicó el cultivo ilícito se logró bajo la gestión de Petro, lo que le valió la descertificación por parte de Estados Unidos. En este, su último cuarto de hora, el presidente buscará hacer más locuras, algo extremadamente peligroso para él, pues está en la mira del presidente Trump como un posible objetivo militar.
No tengo dudas de que en este escenario de crimen organizado está presente «La Ndrangheta» de Calabria, Italia, que opera desde el siglo XIX con una extensa red en Europa, África, América, Asia y Oceanía. Esta organización ha establecido lazos con grupos terroristas en Colombia y cárteles en México, Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Quienes piensan que el presidente Donald Trump solo persigue a Nicolás Maduro como el capo máximo del Cartel de los Soles, se equivocan. Las Fuerzas Armadas de EE. UU. van por toda la red de narcotraficantes y por todos los que estén asociados, directa o indirectamente, al negocio. Petro, al parecer, está involucrado, y su situación se agravó tras su discurso en las Naciones Unidas, donde defendió a las mafias y atacó a Estados Unidos, el principal socio de Colombia, dañando las relaciones con este gran país amigo. Su descontrolada desesperación lo llevó a un discurso equivocado y populista, poniéndose al servicio de una causa perdida para contentar a otros presidentes afines al narcotráfico, quienes también caerán.
Superada esta crisis moral y cesados los horribles cuatro años del progresismo, el país exige una clase política renovada. No basta con el conocimiento, se requieren principios. Sostengo que una persona de principios es una garantía mayor que un sabio al servicio de la corrupción y el delito.
Lo que vive hoy el país lo pronosticamos en 1974, en Cartagena de Indias. Junto al General José Joaquín Matallana Bermúdez y al Mayor del Ejército Hernán Arbeláez Arbeláez, hicimos una campaña para alertar al país sobre la siembra, el consumo y el tráfico de drogas. De nada valieron nuestros esfuerzos, pues el presidente de entonces, Alfonso López Michelsen, en lugar de convertir nuestra propuesta en política de Estado para la protección mental y moral de la nación, dio vigor a la “ventanilla siniestra”, una forma de lavar dinero sucio proveniente de la mafia de la marihuana. Lo peor fue que el banco central acogió esta política, y así comenzó a dañarse el espíritu de la nación.
El prestigio de Petro está salpicado por todos lados, por lo que le ha sido fácil retomar los defectos de otros gobernantes. Aún en su mínima escala de errores, los tomó como causa, los falseó y los triplicó con cínico descaro para justificar su propia conducta, convirtiendo el «mal de muchos, consuelo de bobos» en una filosofía de gobierno. Así, todo lo que hace, por más reprochable que sea, parece estar plenamente justificado.



