En Cartagena de Indias la explicación oficial para cada joven asesinado a manos de sicarios llega como excusa desgastada: “tenía antecedentes”. Como si eso borrara el deber de protección. Como si ser pobre, joven o de barrio popular, fuera sentencia suficiente. Como si un pasado marcara el derecho a vivir.
Aquí hasta el mar parece guardar silencio. Las olas golpean las murallas como si quisieran sacudir una ciudad que se desangra, mientras los que gobiernan sonríen en tarimas, celebran goles y cortan cintas de obras que brillan más que la paciencia de su gente. Afuera, lejos de los discursos, los reflectores y los periodistas que no se atreven a cuestionar, las familias caminan con flores y preguntas sin respuestas.
En la capital de bolívar la muerte no avisa: llega temprano, opera rápido y se va impune. La justicia, en cambio, camina coja, pareciera que tuviera los ojos vendados y la voluntad extraviada. Van 219 muertes selectivas, otras por balas que vuelan como si la ciudad fuera un polígono sin ley que encontraron vidas inocentes. La gente pide justicia, pero reina la impunidad.
“Sé que eso no me va a devolver a mi pequeña hija, pero quiero justicia. Que el que me la arrebató pague,” sostiene una desconsolada madre que al igual que muchos cartageneros creyeron en una seguridad con un Plan Titán24 que en campaña prometió el hoy alcalde Dumek Turbay y del que ya no se dice nada.
Su administración ahora habla de patrullajes militares como quien anuncia una cortina de humo, pero en los barrios la única patrulla constante es la del miedo.
La ciudad que en campaña juró defender de manera implacable hoy siente que está sola. Porque la seguridad no se grita desde un micrófono; se construye en la calle, donde caen los cuerpos, no sobre canchas sintéticas y cemento.
Por eso ya hay voces que piden la renuncia de su secretario del interior Bruno Hernández y exigen relevo del comandante de la Policía Metropolitana de Cartagena. Hoy la ciudad sostiene madres que ya no pueden cargar a sus hijos y firma actas de defunción más rápido de lo que entrega diplomas o coronas de reinas.
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Y mientras los familiares de las víctimas mortales con o sin antecedentes miran al cielo buscando consuelo, la pregunta queda flotando como un disparo que aún no ha caído: ¿Quién protege a esta ciudad cuando quienes prometieron hacerlo están ocupados en fiestas y celebrando contratos de dudosa procedencia?



