El reto y la respuesta que impuso este virus que democratizó la muerte a nivel global, dimensionó al Estado y diferenció a los líderes que con medidas de choque similares ordenaron restricciones a la libertad y la dinámica económica, desacelerando la vida cotidiana, la producción y desvalorizando el “time is money”, justificador del individualismo y el ritmo ambicioso que contamina hasta el espíritu.
Algunos se niegan a entender que detener la expansión de la curva macabra exige impedir el contacto con el virus que trajeron los viajeros y que las fronteras cerradas son una dura cuenta que paga la industria de los aviones, barcos, hoteles, centros de diversión y convención, restaurantes, lugares de alto contacto y consumo, claves en el PIB y también en millones de empleados despedidos o suspendidos. Por eso la irresponsabilidad irrita. Van 22 muertes por Covid en la ciudad y 293 en el país, 271 y 6.507 contagiados respectivamente.
El Estado no se quiebra como las medianas y pequeñas empresas. Use Presidente las reservas, para eso son, invierta en las pymes, impida que crezca el desempleo y sobre todo en vencer la pandemia acumulada del hambre y el incremento de la violencia. Es tiempo de producir alimentos, estamos en primavera. Es tiempo de la salud sobre la economía, de dar a los pobres y al que necesita, no a quien tiene reservas. Fortalezca la red de la salud pública y no relaje la frontera de contacto hasta que, en verdad, se garantice que reactivar la construcción y la manufactura no signifique que, al sumar el soporte comercial y la informalidad sobre ruedas, el virus tenga un océano de victimas para matar y contaminar.
Los gobiernos del mundo, pese a Trump y Bolsanaro, así como hicieron con este virus que ha contagiado a 3.251.925 y matado a 232.936, están capacitados para enfrentar la pandemia climática y su impacto en los ecosistemas y la salud pública que con la contaminación y la inversión térmica elimina 7 millones de seres por enfermedades pulmonares. Si no paramos la deforestación, los consumos superfluos y reducimos la emisión de GEI en un 45% entre 2020 y 2030, el calentamiento global será aún más catastrófico que el Covid-19.
En medio de esta tormenta y próxima la reunión de la COP26 las palabras del Secretario General de la ONU alertan a gobiernos y ciudadanos del mundo que: “estamos destruyendo a sabiendas los propios sistemas de soporte que nos mantienen vivos”.
En Holanda 170 académicos plantean que la salida está en invertir en sectores que pueden crecer: sectores públicos críticos, energías limpias, educación, salud, cultura, y los que deben decrecer: petróleo, minería, gas y publicidad. Una estructura económica basada en la redistribución con un sistema universal de servicios públicos, impuestos al lucro y la riqueza y reconocimiento al trabajo. Demandan una transformación hacia una agricultura regenerativa que conserve la biodiversidad y, entre otras, reducir consumos despilfarradores y viajes costosos no sustentables.
Aunque el mundo con sus heridas y cicatrices sigue siendo el mismo, el remezón muestra buenos vientos, 30 ministros de ambiente en reunión virtual coincidieron en que superar la pandemia exige incorporar la crisis climática. La próxima COP no podrá ser de evasivas y demoras.
En el nuevo paradigma el tiempo es resiliencia, solidaridad, sostenibilidad, disciplina y reconstrucción de la armonía con la naturaleza y entre nosotros los humanos conflictivos. Comparto con Gustavo Wilches que “la esperanza se construye transformando la realidad”.