Idealiza uno en este presente confinado la continuidad del mañana solidario, cuando derrotada la pandemia el mundo aborde con realismo y decisión la reconstrucción económica y la emergencia climática que no da tregua.
Se añora y cree que esta conmoción que desnudó la fragilidad de las naciones, sea una lección aprendida que cambió la espiritualidad y conductas sociales, económicas y financieras equivocadas o aberrantes.
Hoy es claro, por ejemplo, que la producción al reactivarse tiene que ser con responsabilidad social y ambiental reforzada. Más es mejor que igual porque “el que se repite se derrota”
Es tan exigible el cambio del modelo privatizador, desigual y cruel y su consumismo depredador, que la discusión a todos los niveles reconoce que recuperar los sectores económicos más afectados no exime de invertir en el campo, fortalecer lo público, especialmente en la salud, recuperar el empleo y, en lo macro, decrecer la ganancia individual. Reorientar la inversión social y lograr un desarrollo con el compromiso de ser resilientes derrotando la pandemia del hambre.
En la dificultad poder comprobar la solidaridad de poderosos sectores, de los ciudadanos, del Estado benefactor, la disciplina social con sus lunares y la ayuda a los desvalidos, alimenta esa utopía de que es posible el cambio: un capitalismo humanitario, participativo, que existe, ha crecido y que unificando lo diverso podemos derrotar la pobreza y la insalubridad.
El retorno a la actividad develó que floreció la ciudadanía y muchos somos mejores, que bajó la contaminación pero no así la continuidad de la deforestación, la corrupción, las chuzadas, el asesinato de los líderes sociales, la impunidad, informalidad e indisciplina, el conflicto y criticidad como sangre de la dinámica social.
Mientras la sumatoria de respuestas ofrece soluciones y quien tiene facultad toma decisiones, en lo ambiental, en esta reactivación tenemos que fortalecer las respuestas -unas concertadas y otras de autoridad – o la depredación terminará con lo que estamos obligados a proteger.
Estoy pensando en la responsabilidad de los constructores y sus residuos cuyo destino es el relleno sanitario y no los cuerpos de agua; en la reapertura de playas y en especial en Playa Blanca y su Consejo Comunitario que sabe que del cuidado del Patrimonio Natural depende el futuro. Hay que expulsar el virus de los vivos que contaminan y “compran” derechos que no tienen, los que venden “lotes” en el agua o sobre los manglares, o los miserables que proyectaron el ecocidio entre Tierrabaja y Puerto Rey.
Valga recordar que el Consejo de Estado del 18 de mayo de 2018 ordenó que se incluya en el Plan de Desarrollo la reubicación digna de los habitantes de Marlinda y Villagloria por el alto riesgo y la invasión de la playa y de lo que queda de manglares en la Ciénaga de Juan Polo.
¡Qué vaina! A luchar; mucho cambió pero casi todo sigue igual.