Desde nuestros primeros días de vida, hemos estado dominado por el miedo, esa emoción instintiva que sentimos en períodos de indefensión ante infinidad de disimiles situaciones, perceptible cuando enfrentamos circunstancias desconocidas, o cuando nos vemos influenciado por quienes en un momento dado nos hacen ver un posible peligro, sea este real o ficticio; de allí que al no tener elementos propios para dilucidar un camino, terminamos claudicando ante quienes nos indican hacia donde debemos orientarnos y así por instinto de conservación, evitamos explorar alternativas conducentes a lograr resultados diferentes.
Hoy, por hoy, somos blanco de una artillería permanente de información y desinformación, cuya vía más propicia de difusión son las redes sociales, donde generalmente encontramos versiones disímiles de una misma situación, cuya versión depende de los intereses de quienes la emiten, lo cual implica que el lector receptor debe profundizar o confrontar la fuente del material que recibe, ya que de lo contrario, puede ser presa fácil de manipulaciones o terminar influenciado para que asuma posiciones que no obedecen a sus intereses.
El uso del miedo como estrategia de dominación no es nuevo, solo que últimamente observamos cómo se ha ido sofisticando y entrelazando con otros medios para ejercer un poder dominante que avasalla e inmoviliza, fomentando el individualismo donde prevalece el “sálvese quien pueda”, socavando las instituciones, configurando todo un entramado entre las diferentes ramas de poder del estado lo cual ha venido desfigurando nuestro precepto constitucional de Estado Social de Derecho, para convertirlo en un “Estado de Privilegios”.
Desafortunadamente hoy estamos asistiendo a una triada espeluznante que manipula la opinión ciudadana, conformada por El Miedo, La Mentira y La intimidación, como elementos determinantes; en cuyo tránsito y accionar nos encontramos con un catalizador nocivo y criminal, como es el narcotráfico, perceptible por las altas sumas de dinero manejadas por sus actores, logrando permear diferentes estamentos de nuestra sociedad hasta los más altos niveles, lo cual ha venido desfigurando nuestro sistema democrático, al poner en riesgo derechos fundamentales, como la vida, la libertad, en sus diferentes manifestaciones y la paz, entre otros.
La trama y urdimbre en todo ese tejido de intereses, ha estado precedido por el miedo, sumado a la intimidación que ejercen sobre sectores de la población grupos al margen de la ley, generalmente ligados al narcotráfico o minería ilegal, soportando su poder sobre el dinero y las armas; por ello no en vano encontramos como desde variados sectores políticos repiten sin cesar a fin de manipular la voluntad ciudadana, que de no seguir sus orientaciones, nos convertiremos en lo que hoy es la vecina república Bolivariana de Venezuela o la caribeña Cuba.
Estamos en presencia de una realidad donde se hace necesario identificar el uso del miedo, la mentira y la intimidación para acceder al poder; para ello se debe contrastar la información, evitar comparaciones mañosas con otras situaciones, develando los engaños, identificando los verdaderos intereses de quienes pretenden manipular nuestra realidad.
Por ello los gobernantes no deben abusar de la autoridad durante el tiempo efímero cuando se ejerce un mandato, concebir que la ciudadanía espera mucho mas de sus dirigentes, que observen objetivamente los problemas que agobian a gran parte de la población y formulen soluciones de fondo, consensuadas, para superar paulatinamente el asistencialismo que genera gran dependencia y en el fondo atenta contra la dignidad humana. En ese orden de ideas es pertinente revisar el modelo de desarrollo económico y social, fortaleciendo e interviniendo de fondo ejes fundamentales como: Educación, salud, vivienda digna y medio ambiente. Formulándonos un propósito nacional para superar la pobreza, fortaleciendo y elevando la calidad de la educación, en armonía con las tendencias del mercado laboral, de tal manera que nos conduzca a una movilidad social, fijando un horizonte de tiempo razonable para superar la pobreza extrema y borrar algo que como sociedad sería mucho más vergonzoso e inaceptable, la pobreza eterna.