Las mujeres, no hemos dejado de estar sometidas. El matriarcado, fue un pacto disfrazado de poder, que le permitió al “sexo fuerte” moverse libremente, sin ninguna preocupación.
Desde hace siglos, entre la ignorancia y la sabiduría natural, las mujeres aceptamos el “sitio de honor” impuesto por la iglesia: amantes del hogar y de los hijos, que hemos desempeñado por amor y con resignación.
No pocas veces, soportan malos tratos de quienes siguen entendiendo que somos un artículo de poco valor, que han adquirido para su bienestar y disfrute. La India Catalina, es un clarísimo ejemplo.
Las mujeres, nacemos guerreras y generosas en el amor. La historia nos muestra a muchas (iletradas casi siempre), que abandonaron su mundo, para incorporarse a la guerra. Es probable que sin ideales, pero sí, en aras de acompañar al marido o amante. Acto de esplendidez, nunca recompensado.
Otras, con sentido patriótico, han tomado las armas, como sucedió en Colombia durante la revuelta comunera en Villa del Socorro (1781), donde Manuela Beltrán, la vivandera, junto con otras mujeres y hombres, se alzó en armas.
Una vez concluida la revuelta, las gritonas, como se han conocido, volvieron a las ocupaciones hogareñas. No debían olvidar que antes que guerreras, eran buenas madres y esposas. Durante la revuelta del veinte de julio en la plaza mayor de Santa Fe de Bogotá (1810, día de la independencia), una generación de mujeres atizó la revuelta.
Años después de la lucha por la independencia, la mujer con palos y garrotes se unió para servir a la causa. El General Santander en (1819), les prohibió entrar en batalla bajo el mandato de ser apaleadas. Todo un ejemplo de macho inculto.
Durante las guerras civiles del Siglo XIX (Colombia), las mujeres en aras del amor y siempre en la retaguardia, siguieron a sus hombres, convirtiéndose en abastecedoras, mensajeras, curanderas y espías.
Al establecerse la república, volvieron a los fogones. Se les hizo creer, que era un honor ostentar el título de mujeres piadosas entregadas al culto religioso, al hogar y a los hijos. Aunque el descontento fue grande, no les tocó otra, que la resignación hipócrita. Policarpa Salabarrieta, quien sirvió a la causa en otras lides, exceptuando la lucha armada, fue ejecutada en la plaza mayor de Bogotá. Ha sido la más nombrada.
Hubo mujeres como Manuela Saenz (1823), amante de Bolívar, que se vistió con uniforme militar, se incorporó a su Estado Mayor y recibió el grado de Coronela. Muerto el libertador, la desterraron de Bogotá por deslenguada y por vestir como macho. No encontraron otra excusa hombres y damas de alta sociedad, quienes tenían la cabeza puesta en los altares.
En definitiva, la sociedad y la iglesia limitaron el campo de acción de la mujer en el mundo. activista piadosa, que bajo el amparo de los curas, era utilizada para diferentes causas políticas o no, en bien de la hipocresía religiosa.
Hoy en día, las mujeres, no necesitamos permiso de nadie para abrirnos camino ni seguir en la posición de sumisas hipócritas, pero continuamos reclamando respeto a nuestras decisiones, derecho a la vida, e igualdad salarial. Las diferencias de sexos, no impiden la equivalencia, debemos seguir transformando esta sociedad.