Recientemente, me he enterado de muchos casos de depresión entre jóvenes universitarios de escasos recursos. *Adolfo vive en Sabanalarga y estudia filosofía y letras. Su padre trabaja como vigilante privado. Su madre limpia casas por día. Desde que comenzó la pandemia y las clases se volvieron virtuales, *Adolfo pasa mucho tiempo solo. Como no tiene internet en su casa, solo logra conectarse cada tanto en un café internet, para recopilar los materiales que necesita para sus clases asincrónicas, que cada vez le interesan menos. Durante este tiempo se ha refugiado en la música: rock alternativo de los 80s, que no tiene nada que ver con su entorno social y que lo hace sentir más aislado, pues no comparte ese gusto musical con nadie a su alrededor. A su incapacidad de conectar con alguien atribuye él sus pensamiento suicidas.
*Luisa, por su parte, estudia nutrición y dietética y vive en un barrio en el suroccidente de Barranquilla. Durante la cuarentena, tuvo que aprender a convivir con 10 personas en una casa muy pequeña. Como antes pasaba mucho tiempo en la universidad, las noches en su casa eran un espacio de socialización agradable. Pero durante la cuarentena, su hermano pequeño lloraba todo el día y no tenían nada que comer, pues su papá estuvo hospitalizado por Covid-19 y no pudo trabajar durante cuatro meses. Luisa se pasaba el día durmiendo para poder estar despierta en la noche y encontrar un poco de paz, hasta que esa paz que volvió soledad y la soledad vacío, y *Luisa comenzó a sentir que su vida no tenía ningún valor.
La pandemia del Covid 19 ha afectado mentalmente a personas de todas las edades, pero un grupo especialmente afectado son los jóvenes. El cierre de las universidades y el distanciamiento social forzado han apartado a muchos jóvenes de sus principales fuentes de conexión social y apoyo psicológico, dejándolos en mayor riesgo de desarrollar ansiedad y depresión. Esta tendencia se acentúa en las comunidades de escasos recursos, porque si bien el dinero no puede comprar felicidad, la pobreza aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades mentales.
La estratificación social de los síntomas depresivos es un tema popular en la sociología. Muchos estudios han demostrado que a mayor educación, menores síntomas depresivos, y viceversa. Las personas más educadas experimentan menos síntomas depresivos en parte porque tienen ingresos más altos, tienen menor inseguridad laboral y están mejor integrados en una estructura social. Sin embargo, un aspecto clave al que tal vez no se le presta la atención debida está relacionado con el capital cultural del que habla Pierre Bourdieu. Los jóvenes que tienen una fuerte identidad cultural tienen más probabilidades de experimentar buena salud mental, porque el capital cultural de un individuo da forma a un sentido de derecho cultural, que conlleva una sensación de ser un ciudadano relevante y legítimo que le importa a la sociedad.
Nuestros jóvenes acaban de irrumpir en un mundo desconocido, como en Marte, del que no pueden salir, pero al que han llevado las mismas carencias que tenían antes, incluso multiplicadas: muchos de ellos se han convertido en los cuidadores de sus hermanos o de sus padres enfermos de Covid, deben limpiar la casa, cocinar y lidiar con responsabilidades académicas para las cuales no tienen los mínimos recursos necesarios.
En ciudades sin teatros, sin cines, sin conciertos, donde el acceso a espacios culturales aún antes de la pandemia es el privilegio de las clases con poder adquisitivo, ¿cómo podemos ofrecer a estos jóvenes un panorama distinto?