Ayer, durante una charla sobre cine con una prima, hablamos sobre «El insoportable», una comedia con Jim Carrey en la que un técnico de televisión por cable entabla amistad con un suscriptor para después convertirse en un amigo manipulador y acosador que afecta su vida personal.
Coincidimos en que es una película regular, pero también en que presenta reflexiones profundas acerca del papel de la televisión en la crianza de los niños, de la soledad a la que nos enfrenta la sociedad actual y de cómo esto ha disminuido la capacidad para relacionarnos.
El protagonista, ´Chip´ Douglas, víctima del abandono de sus padres, que lo dejaban solo con la televisión como única compañía mientras trabajaban o hacían su vida, creció sin amigos y sin contacto con otras personas mientras recibía de series y películas información inadecuada para un niño sin el acompañamiento de sus padres para gestionar ese conocimiento y apropiarlo de forma adecuada para la vida. Esas carencias le produjeron una fuerte desestabilización emocional y dificultades para socializar y generar relaciones estables.
Incluso, en una dolida referencia a series clásicas estadounidenses como La tribu Bunch, El show de Bill Cosby y Días felices durante la escena principal, ´Chip´ llama a la televisión ´la niñera electrónica´ y confiesa: «Nunca estuviste ahí para mí, madre ¡Esperabas que Mike y Carol Brady me criaran! ¡Soy el hijo bastardo de Claire Huxtable! ¡Soy un Cunningham perdido! ¡Aprendí los hechos de la vida viendo Los hechos de la vida! ¡Oh Dios!». Es el lamento de un niño consciente de que perdió su infancia y no tuvo relación alguna con sus padres.
¿Cuántas veces, cansados de sus quejidos o su malgenio los mandamos a ver televisión, a usar el celular o la tableta o a jugar en internet? Los dejamos solos para que estos dispositivos los críen sin saber qué hacen, qué ven o con quién interactúan; permitimos que les roben la inocencia, la curiosidad y la capacidad de pensar e imaginar y creamos adolescentes con dificultades para gestionar sus emociones, encontrar alternativas de uso adecuado de su tiempo y posibilitarse como seres autónomos.
¿Cuántas veces acuden a nosotros y les cerramos la puerta porque estamos ´ocupados´? Les pedimos empatía, respeto, comprensión, solidaridad y cooperación cuando en casa esto no es una práctica cotidiana.
Decidimos tener hijos sin formarnos para criarlos y solo pensamos en trabajar para darles «lo mejor»: el mejor juguete, la mejor ropa o el mejor celular, desconociendo que los niños y jóvenes, por encima de cualquier objeto de moda, valoran que intentemos entenderlos, apreciemos su opinión, los escuchemos cuando lo necesitan y los abracemos si están tristes.
Esto se desprende también de las dinámicas consumistas de la sociedad actual y de las necesidades que impone el sistema laboral, que nos demandan demasiado tiempo y nos obligan a dejar a nuestros niños y adolescentes solos con sus angustias, incertidumbres, vacíos y miedos y a fallar en nuestro acompañamiento y fortalecimiento en su proceso de socialización primaria.
Aún estamos a tiempo: formémonos como padres, despidamos las niñeras electrónicas y actualicemos nuestros comportamientos y los estándares sociales que ´educan´ sujetos competitivos y productivos pero infelices, para construir unos nuevos que posibiliten el crecimiento de una generación competente para la vida y, sobre todo, feliz.