Tomamos decisiones difíciles todos los días, pero nunca habíamos estado tan cerca de debatir abierta y conscientemente sobre brindar a quienes verdaderamente lo necesiten, la posibilidad de aplicar la eutanasia. Una regulación que existe en muchos países del mundo y a la que le hemos huido durante largo tiempo.
La eutanasia, como acto deliberado de poner fin a la vida de un paciente, ha sido rechazada por parte de la sociedad y algunos partidos políticos, entre ellos el Partido Conservador Colombiano, al que pertenezco y ante el cual presento mis excusas de forma respetuosa, extensivas a mis compañeros de bancada, por mi voto a favor, que se sustenta en la convicción de que la “buena muerte” puede ser lícita en determinadas circunstancias y va más allá de una vertiente política, de la existencia de un ser superior y de mi fe católica, pero en este caso la religión no debería ser un lobby ideológico.
Por eutanasia se entiende la decisión libre de quitar la vida si se dan algunas condiciones previamente establecidas. Algunas de ellas pueden ser: intenso dolor o sufrimiento, irreversible enfermedad cercana a la muerte y carencia de alternativa alguna, y cabe discutir si entre tales condiciones, habría que incluir hoy el cansancio vital. La eutanasia debe estar claramente regulada. En algunos países del mundo se puede castigar con cárcel a quien la ejecute sin atenerse a las normas. En Colombia, desde 1997, la Corte Constitucional despenalizó la eutanasia y le pidió al Congreso que legislara al respecto. A partir de entonces se han presentado 13 proyectos de ley relacionados con la reglamentación del derecho a morir dignamente y no hemos sido capaces de establecer esa normatividad. Se requerían mínimo 85 votos, y la votación final fue de 82 a favor y cinco en contra, pues cerca de 70 congresistas se ausentaron del debate.
Los invito a que revisemos los argumentos más conocidos, intentando ampliarlos sin ocultar la realidad de cada uno de ellos: el dolor, la libertad y la propia imagen. El dolor, que cuando va más allá del cuerpo llamamos sufrimiento, decimos que es el peor de los males. La eliminación del dolor es uno de los principales fines -si no el principal-, de la medicina. Si una persona malvive con dolor es lógico que prefiera no vivir para no padecer. Esto es básico y no entenderlo, suena a egoísmo y es hasta una pésima intención.
Suponemos que somos libres y pensamos que los otros son libres y, por tanto, responsables. En este sentido, si se pone en duda la libertad del paciente para decidir, ¿qué hacemos con el profesional de la salud que se opone a una decisión autónoma del paciente? Y si se añade que el estado del paciente reduce casi a cero su capacidad de decisión. Cada uno es titular de su cuerpo, de su vida y de su muerte y, si expresa con claridad cuál es su voluntad, se debe respetar. Con relación a la imagen que se tiene de uno mismo, al espejo en el que se ve, pueden darse situaciones en las que su figura esté tan deteriorada y los dolores sean tan agudos, que la eutanasia sea, según su voluntad, la solución deseada. Estos tres pilares de la argumentación proeutanasia parece ser casi imposibles de refutar.
Y es que no podemos perder de vista que hay otras formas de actuar que no son eutanasia propiamente, pero que están relacionadas de alguna manera con ella. Una es la limitación del esfuerzo terapéutico, en pocas palabras, si ya nada hay que hacer sino simplemente mantener con los fármacos y la tecnología a quien no tiene posibilidad de retorno, lo sensato es retirar la medicación en cuestión. Lo contrario sería obstinación terapéutica, algo a lo que incluso el Vaticano no se opone. En los casos en los que se ha dejado vivir artificialmente años a personas sin ninguna posibilidad de cura, se ha juzgado, ya pasado el tiempo, no como una buena intención sino como pura arbitrariedad. Es obvio que hay que hacer distinciones en función del enfermo y de los medios excepcionales o no a utilizar, pero el concepto es claro y nos ha costado mucho entenderlo.
Volveremos a dar el debate, es necesario y creo oportuno invitar a mis colegas a que salgamos de las doctrinas que bloquean el derecho a una elección personal que no es obligatoria.