He pensado que la costumbre de ver los noticieros, mientras se almuerza o ingiere alimentos, produce una especie de anestesia neuronal que permite que las personas vean noticias, extremadamente horribles, sin entrar en crisis; nunca me he enterado del primer caso donde alguien vomite.
Trato de evitar, al máximo los noticieros mientras ingiero alimentos; La verdad, casi no los veo, pero ayer fue imposible evitarlo. En el comedor del Hospital, a la una de la tarde, estaba almorzando y alguien sintonizó un noticiero; mostraba las imágenes de Afganistán, las multitudes tratando de entrar a los aviones y, peor aún, la caída de cuerpos de estas naves en vuelo, que se presume eran pasajeros aferrados, con la fuerza del miedo, por la llegada de los Talibanes a Kabul. Paré de comer y observé a todos los comensales.
Es momento de, por lo menos, probar algo de mi teoría: ver noticias, mientras comemos, impide un análisis profundo de los eventos noticiosos. Sostengo que al comer liberamos serotonina, por esa conexión de las mucosas del aparato digestivo y el cerebro; ahora está en boga llamar, a los intestinos y el estómago, “el segundo cerebro”.
A veces, la ciencia parece dar vueltas y vueltas para llegar a la misma conclusión que los antiguos: “hágase la luz” y “el big bang”; “segundo cerebro” y: “barriga llena, corazón contento”. La diferencia es que por la ciencia podemos entender el cómo sucede estar relajados cuando comemos; para muchos, si la barriga está llena, el corazón se pone contento.
Resumiendo, se liberan neurotransmisores en el cerebro por comando de las células intestinales: se libera serotonina, dopamina, oxitocina, para nombrar las principales moléculas transmisoras. En otras palabras, el “segundo cerebro” le dice al primero: oiga mi hermano a ponernos felices, ¡relax!
La gran mayoría de comensales siguió alimentándose, independiente del horror en la tele; algunos pocos suspendieron por un momento el vuelo de los tenedores y cucharas a sus bocas. Los más sensibles, dos enfermeras, dejaron de comer, no realizaron ningún comentario y se retiraron del comedor. Al pasar cerca de mi mesa, les noté la tristeza en sus rostros. Los que nunca interrumpieron su alimentación, no hicieron comentarios; tenían las bocas llenas.
Quienes lanzaron opiniones y exclamaciones fueron los que suspendieron, por un momento, el viaje de los tenedores y cucharas a las bocas y alzaban la vista hacia el horizonte del televisor: unos, ¡Qué locura!, ¡eso es imposible!; otros, ¿dónde están los Derechos Humanos? ¡Pobres mujeres! Ahora sí les toca sufrir con esos Talibanes.
Cuando uno de los comentaristas, en el noticiero, expresó que se gastaron 20 años y un trillón de dólares en esa guerra, nadie se inmutó. Esperaba escuchar opiniones como: “con ese dinero se podría haber superado el hambre en el mundo o convertir a Haití en un paraíso”; o “con menos de la mitad de ese dinero -y les sobra- hubiesen sacado a todas las mujeres que quisieran salir de Afganistán y ubicarlas en otros países, con vivienda, educación y trabajo”.
A un país de hombres, por muy creyentes y fundamentalistas que fueran; sin sus mujeres, los habían derrotado, ya que no pueden buscar compañeras en otros pueblos; es contrario a la ley de los Talibanes.
El trillón pasó como si fueran los diez mil pesos de un plato ejecutivo. Sólo un izquierdoso médico, que estaba a mi lado, dijo: Miren a estos gringos; dejaron que los Talibanes llegaran al poder dizque porque la élite afgana no los enfrentó; ahora sí, es permitir que el pueblo ejerza su libre determinación y decida como gobernarse…respetan y defienden estos gringos de mierda la “Autodeterminación de los Pueblos”… los afganos, como pueblo, lo quisieron así.
“No es nuestro problema; es de los afganos. Pero, si es Maduro, Bolivia o los cubanos, que no le llegan ni a los talones a los Talibanes, quienes ejercen su Autodeterminación como Pueblo, ¡ah!, ¡ésos latinos, no se pueden gobernar por sí mismos! y los bloquean en su economía, los acosan y les envían ayuda humanitaria que encubre golpes militares”.
“Si los Talibanes dicen que van a dejar ir a las mujeres a la escuela, ello será difícil de creer, pero sí es fácil prever que continuarán siendo los primeros productores y exportadores de opio en el mundo; “No Problem”, déjenlos gobernar, no nos importa, ni sus mujeres, ni las flores de amapolas; allá ellos, es la “Libertad de los Pueblos”… y Colombia envenenando su tierra con Glifosato. Somos como un país suicida que toma Baygon, para quedar bien con el patrón”.
-Es la doble moral, – le dije- y, con el afán de picarlo un poco, agregué:
-Ahora les sobra tiempo a los norteamericanos para invadir a Cuba o a Venezuela y mejorar los Derechos humanos.
– ¡Qué te pasa! ¿No ves que es la segunda guerra que pierden los gringos y contra pueblos pobres, Vietnam; ahora, Afganistán? Ni todos los dólares del mundo vencen en una guerra… es la fe, la convicción de aquellos que defienden su tierra, los que lucha por sus ideales, aunque a otros les parezcan equivocados; ésos son los que ganan las guerras tarde o temprano.
Pero, tranquilos que los Gringos ganarán esta guerra, como ganaron Vietnam, en el cine y la televisión. Los idiotizados espectadores colombianos crecerán viendo a los “New Rambo” ganar en Afganistán y jamás se les ocurrirá recuperar el canal que les robaron. De paso: ¿recuerdan quienes, en la serie Rambo, ayudaron a derrotar a los rusos en Afganistán?
Después de recibir ese sermón, dejé en paz a mi colega. Él se levantó, al terminar de comer, a entregar su plato y cubiertos. Seguí mis observaciones. Al querer levantarme para llevar mi loza, me di cuenta que sólo quedaron en mi plato los huesos de una chuleta de cerdo. ¿Cómo pude comer al ver tanto sufrimiento humano? Definitivamente, es mi “segundo cerebro”.



