Antes de comenzar, una breve digresión para recordar que la República de Guinea también es conocida como Guinea-Conakri (nombre de la capital). La razón no es otra que diferenciarla de Guinea-Bisáu y Guinea Ecuatorial, otros dos países africanos ubicados en la costa atlántica de África, cuyos tres territorios fueron colonizados por los europeos.
El golpe militar en Guinea-Conakry, el pasado domingo 5 de septiembre, contra el presidente Alpha Condé y su arresto, puso fin a más de una década en el poder por la vía democrática, tras 52 años de dictaduras acompañadas de represión, secuestros, torturas, crímenes y humillaciones. Una parte de la población lo ha considerado un gobernante autoritario, debido a que cambió la constitución que solo le permitía una reelección, para poder aspirar a un tercer mandato y mantenerse en el poder.
Es así que Condé ganó las reñidas y violentas elecciones, en octubre de 2020, las cuales fueron denunciadas por la oposición de fraudulentas y provocaron fuertes protestas que las autoridades reprimieron violentamente, dejando decenas de muertos. Señalado por sus opositores como el presidente más corrupto de la historia, en este país costero de África occidental, el presidente “se creía el Mandela guineano y no era sino un pequeño autócrata arrogante y codicioso, con la cabeza vacía y las manos manchadas de sangre”, según el novelista Thierno Monenembo.
De hecho, pese a la transición democrática vivida desde 2010, el pueblo guineano continuó sumido en la frustración. No solo por las muertes ocurridas durante las manifestaciones del año pasado, sino también por más de 400 presos políticos y la enorme pobreza de la población. Es decir, un sistema político decadente en el que la corrupción rampante tocó fondo. En efecto, a la llegada al poder de Alpha Condé, descontando el oro y los diamantes, el país exportaba 10 millones de toneladas de bauxita (de donde se extrae el aluminio) y en la actualidad dicha cifra ha sido superada en un 700%, ascendiendo a 80 millones las toneladas exportadas.
Sin embargo, la incógnita es dónde se encuentra ese dinero, en un país en el que las empresas extranjeras son quienes explotan su riqueza. Mientras tanto, la población cercana a los 12 millones de habitantes, es la que más sufre las consecuencias del desgreño administrativo de sus gobernantes. Según datos del Banco Mundial (2020), el 44% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, situación que fue afectada severamente por la epidemia de Ébola (2013-2016) y se agravó con la pandemia de Covid-19, agudizando la profunda crisis política y económica del país.
No obstante, lo cierto es que los militares prácticamente nunca han sido la solución, de ahí que luego de la disolución de la constitución, las instituciones y la conformación de un nuevo gobierno provisional (junta militar), los guineanos se debaten entre la alegría de la liberación y la expectativa de lo que vendrá. Las consecuencias no se han hecho esperar, al punto que en medio de la condena internacional y las amenazas de sanciones, la Unión Africana suspendió cualquier participación de Guinea-Conakry en sus organismos, lo mismo que la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO); un grupo regional, fundado en 1975, que busca acabar con el aislamiento de la mayoría de los países de África Occidental, resultante del colonialismo y nacionalismo post-independencia.
De todas formas, no está claro qué tanta influencia puedan tener los países vecinos para presionar a la junta militar impuesta, en cabeza del teniente coronel Mamady Doumbouya. Todo indica que después del golpe de Estado, la influencia será muy limitada sobre Guinea-Conakry. No solo porque no posee litoral, sino porque tampoco forma parte de la Unión Económica y Monetaria de África Occidental (UEMOA).
Este caso es uno de tantos, en un continente donde los golpes de Estado y las dictaduras militares han estado a la orden del día. Para ejemplarizarlo, Guinea-Bisáu ha sufrido nueve golpes de estado desde 1980. Actualmente, es un país que tiene una grave situación de inestabilidad política, toda vez que es gobernado por un presidente que se autoproclamó desde enero de 2020, sin que las denuncias de la oposición hayan hecho mella en su irregular gobierno.
Más recientemente, trece presidentes han modificado la Constitución de sus países desde 2015, sobrepasando el límite de los dos mandatos establecidos, lo que vulnera la democracia desde Costa de Marfil y Guinea, en el oeste, hasta Burundí y Uganda, en el oeste africano. Si bien los países de África son los más jóvenes del planeta, en su corta historia han vivido más de un centenar de golpes y otra cifra muy similar de intentos, la mayoría realizados por militares. De aquí, el calificativo del continente de los golpes de Estado.