La designación de Richard Rodríguez Gamboa como director de Asuntos Religiosos por parte del presidente Gustavo Petro no solo es un absurdo administrativo; es una provocación abierta, calculada y temeraria contra millones de cristianos y miembros de la comunidad judía en Colombia. En un cargo históricamente reservado para representar la pluralidad y la convivencia interreligiosa, Petro ha colocado a un personaje cuya trayectoria está marcada por el anti sionismo radical, las posiciones extremas y la impostura espiritual.
Rodríguez Gamboa no solo ha sido señalado por la comunidad judía como una figura divisiva, sino que también ostenta un supuesto título rabínico expedido por una entidad esotérica sin mayor legitimidad. Pero lo más preocupante no es la figura en sí misma, sino el mensaje que Petro pretende enviar con este nombramiento: su desprecio absoluto por quienes no comparten su ideología. No es gratuito que el cargo de enlace entre las religiones del país recaiga ahora en alguien que representa todo lo contrario a la conciliación y el respeto.
El odio desmedido de Petro hacia quienes osan contrariar su agenda (así sea desde argumentos legítimos y democráticos) ya no es disimulado. La senadora Lorena Ríos, del partido Colombia Justa Libres, fue blanco de ataques mediáticos y políticos injustificados y muy peligrosos tras haber votado negativamente la reforma laboral en la Comisión Séptima del Senado.
La congresista Lorena Ríos no solo representa un sector cristiano significativo en el país, sino también a millones de colombianos que se niegan a entregar el futuro económico de la nación a un experimento estatista fallido. Petro, en lugar de gobernar con grandeza, arremete con mezquindad.
Ya no estamos ante un presidente en el ocaso político, estamos frente a un aprendiz de dictador, obsesionado con concentrar el poder, silenciar a la oposición y reconfigurar a su antojo todas las instituciones.
Cada día se parece más a Hugo Chávez, no solo en el discurso, sino en los hechos. Está socavando la democracia con nombramientos provocadores, reformas sin consenso y un lenguaje de confrontación constante. Su desprecio por la libertad religiosa es apenas una señal más de su camino autoritario por no decir dictatorial.
El nombramiento de un antisionista confeso en un cargo que siempre estuvo ocupado por cristianos no es una coincidencia, es un acto deliberado. Petro quiere dividir, polarizar, empujar a la ciudadanía a trincheras ideológicas mientras él avanza en su agenda de poder total. Busca imponer su “verdad única”, esa misma que deslegitima a los medios que lo critican, que se burla de las mujeres periodistas, que justifica la violencia del ELN y demás grupos narcoterroristas que le son afines a su ideología de destrucción y muerte, y que hoy amenaza con sustituir el servicio militar por un «servicio social para la paz» que no es más que una coartada para debilitar aún más a nuestras Fuerzas Armadas.
Estamos ante un gobierno que se disfraza de democrático pero que actúa como una dictadura en construcción. Hoy fue el nombramiento de Rodríguez Gamboa. Mañana será la censura abierta de las iglesias, no es grato recordar en la época pre, durante y después de la zona de despeje en el caguan cuando asesinaron a varios pastores de iglesias evangélicas. Y si no se le pone freno, pronto será la represión total.
La historia nos ha enseñado que los populistas no llegan al poder para gobernar: llegan para quedarse y causar caos. Petro está decidido a arrastrar a Colombia por la misma ruta de ruina y desesperanza que ya recorre Venezuela o quizás aún peor.
El pueblo colombiano, profundamente creyente y defensor de la libertad, no puede permanecer indiferente. Esta no es una simple polémica burocrática: es una advertencia. El Ego desmedido, el cinismo, el desprecio, el odio y el antisionismo que hoy emanan del Palacio de Nariño son síntomas de un proyecto político que ya no oculta su verdadera cara. La pregunta no es si lo vamos a detener, sino cuánto estamos dispuestos a perder si no lo hacemos.