Los colombianos registramos con profunda vergüenza la intervención del presidente Gustavo Petro en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas, un discurso que terminó convertido en un soliloquio arrogante, cargado de insultos, afirmaciones abstractas e ilusorias.
Desde la tribuna internacional, Petro reclamó por la descertificación de Colombia en su política antidrogas; respaldó a traficantes que transportaban cocaína en lanchas rápidas —interceptadas y destruidas por la marina estadounidense—; defendió al grupo criminal “Tren de Aragua”, calificando a sus integrantes como jóvenes inocentes; y llegó incluso a pedir la apertura de investigaciones penales contra militares estadounidenses y el expresidente Donald Trump por dichas acciones.
Además, lanzó advertencias apocalípticas sobre el cambio climático, atribuyéndole al consumo de combustibles fósiles y al carbón la inminente destrucción del planeta.
En un escenario con el auditorio casi vacío y sin argumentos sólidos, Petro convirtió la tribuna de la ONU en un acto de activismo político, más cercano a un mitin electoral que a un discurso de Estado. Su intervención provocó incluso el retiro de la delegación de Estados Unidos.
Defendió a los narcotraficantes del Cartel de los Soles, intentando proyectarse como un “líder social universal”, pero lo que transmitió fue la imagen de un gobernante fracasado al frente de un gobierno peligroso, cuya política de paz total no ha funcionado y, por el contrario, ha provocado muertes, violencia y caos en Colombia.
Petro interpretó la descertificación como un ataque personal, pero el pronunciamiento de Washington fue contundente: “El gobierno de Colombia no ha cumplido de manera sostenida con los compromisos adquiridos para reducir el cultivo y tráfico de cocaína, lo que constituye una amenaza directa a la seguridad de los Estados Unidos y la región”.
La medida se tomó tras constatar que, pese a algunos esfuerzos, la producción de cocaína no ha disminuido ni se han desarticulado las redes criminales. Tanto el expresidente Donald Trump como el Departamento de Estado fueron enfáticos en señalar que el castigo no fue contra Colombia ni sus instituciones, sino contra el incumplimiento del gobierno de Petro, que permitió la expansión de los cultivos ilícitos.
Petro intenta proyectar un liderazgo global que no posee. Sus reproches a las potencias económicas, acusándolas de “no creer en la ciencia”, sonaron ridículos y disonantes, al igual que sus ataques a Israel por el conflicto en Gaza y su defensa del régimen venezolano.
Todo esto resulta aún más incongruente si se considera la situación interna de Colombia: masacres frecuentes, ataques guerrilleros a la Policía en Amalfi y Cali, y secuestros de militares y agentes estatales.
La burla internacional aumentó cuando Petro propuso unir los ejércitos de América Latina para crear un “ejército de paz mundial” destinado a defender a Gaza, a pesar de que su política de paz total es un fracaso. Con esto, el mandatario confirmó —según sus críticos— que es el peor presidente que ha tenido Colombia en su historia republicana.
La que sería su última intervención ante la ONU, a tan solo 315 días de dejar el poder, dejó un impacto completamente negativo para el país. Mostró a un Petro errático, incoherente y políticamente debilitado, que con su discurso firmó el obituario del petrismo y de la izquierda en Colombia.



