En las profundidades de los manglares de Santo Domingo, zona rural del municipio de Tumaco, la brisa marina no solo acarrea olor a sal, sino también el eco de una violencia que persiste bajo la superficie. Fue en este laberinto natural donde la Armada de Colombia encontró recientemente una embarcación abandonada. En su interior: más de 4.000 cartuchos de guerra, escondidos como un secreto a voces.
El operativo, ejecutado por tropas del Batallón Fluvial de Infantería de Marina No. 40, no es un hecho aislado. Es un episodio más en la historia de un territorio que ha sido testigo de la disputa armada por el control del Pacífico sur. Tumaco, a pesar de su belleza exuberante, sigue siendo epicentro de intereses ilegales y conflictos invisibilizados.
La lancha, llamada “Las Hermanas”, fue descubierta sin tripulantes, ocultándose entre la espesura del manglar como si tratara de fundirse con el paisaje. Dentro de ella, tres sacos repletos de munición: 3.947 cartuchos calibre 7.62 milímetros y 100 cartuchos calibre 16 para escopeta. Según fuentes de inteligencia, el arsenal pertenecería al grupo armado residual “Oliver Sinisterra”, una estructura que ha sembrado miedo y desplazamiento en la región.
Para las comunidades rurales de Tumaco, este hallazgo no representa una sorpresa, sino una confirmación de lo que viven a diario. La presencia de actores armados ilegales es una constante que condiciona la vida cotidiana: desde los toques de queda impuestos por el miedo, hasta el silencio obligado de quienes habitan estos parajes.
Mientras la lancha era llevada a puerto por la Armada para su judicialización, muchos en la región se preguntaban: ¿Cuántas más están escondidas?, ¿Cuántos caminos del río siguen siendo rutas del conflicto?, ¿y cuántos jóvenes serán tentados por las armas antes de encontrar otras oportunidades?
La incautación de este material, ahora en manos de la Fiscalía No. 56 de Tumaco, es un paso en la contención del tráfico de armas. Pero en el fondo, representa una pequeña batalla en medio de una guerra que aún no termina. Una guerra que no solo se libra con balas, sino con ausencia estatal, olvido institucional y la resistencia diaria de comunidades que claman por una paz que todavía se les niega.