Durante generaciones, a las mujeres se nos enseñó que la menstruación debía esconderse. Era considerada un tema vergonzoso, casi prohibido, algo “sucio” que debía mantenerse en secreto, especialmente frente a los hombres. Esta situación, cargada de estigmas, ha hecho que muchas mujeres crecieran sin una educación menstrual adecuada y sin el espacio para hablar libremente sobre sus cuerpos.
Afortunadamente, en los últimos años hemos empezado a romper ese silencio. Hoy, muchas mujeres y personas menstruantes hablamos con mayor libertad sobre la menstruación, nombrándola sin pena y visibilizando su importancia como un proceso biológico natural. Sin embargo, en medio de este avance, todavía hay aspectos fundamentales que siguen siendo invisibles, como su impacto ambiental.
La mayoría de nosotras no fuimos informadas sobre lo que implican ambientalmente los productos menstruales que usamos mes a mes. Toallas higiénicas, tampones y protectores diarios desechables están hechos en gran parte de plásticos, celulosa, fragancias artificiales y productos químicos como el cloro, utilizados para blanquearlos. Estos materiales no solo tardan entre 300 y 500 años en degradarse, sino que también liberan microplásticos y sustancias tóxicas que afectan tanto al medio ambiente como a nuestra salud íntima.
Se estima que una persona menstruante usa, en promedio, entre 10.000 y 15.000 productos desechables a lo largo de su vida. Todos estos terminan acumulándose en rellenos sanitarios, siendo incinerados o, en muchos casos, arrojados a ríos y océanos. Esta carga ambiental no es menor, y sin embargo, muy pocas veces se incluye en las conversaciones académicas ni en los programas de educación menstrual.
Además, muchas mujeres y personas menstruantes presentan irritaciones, alergias o infecciones relacionadas con el uso prolongado de productos convencionales. La exposición constante a químicos y fragancias sintéticas puede alterar el equilibrio del ecosistema vaginal, generando molestias o incluso condiciones más graves.
Frente a esto, es urgente promover opciones más sostenibles, seguras y accesibles, como la copa menstrual, los calzones absorbentes o las toallas de tela reutilizables. Estos productos no solo reducen considerablemente el impacto ambiental, sino que también son más económicos a largo plazo.
Sin embargo, la pobreza menstrual es una barrera real. En Colombia y en muchos otros países, niñas, adolescentes y mujeres viven sin acceso a productos higiénicos adecuados. Muchas deben faltar al colegio o al trabajo por no tener cómo gestionar su menstruación, y otras recurren a métodos inseguros, como reutilizar trapos o materiales no higiénicos. Este problema no solo es de salud pública, sino también de justicia social y equidad de género.
Por eso, hablar del impacto ambiental de la menstruación no puede limitarse al ámbito ecológico. Es una conversación urgente sobre educación, dignidad, derechos humanos y políticas públicas. En mi rol como ginecóloga, pero también como epidemióloga, quise compartir hoy este tema que aún permanece en la sombra.
Elegir productos sostenibles no debe ser un lujo, sino una opción real, respaldada por sistemas de salud y educación que incluyan estos temas desde temprana edad. Menstruar es natural. Contaminar no tiene por qué serlo.



